sábado, 10 de julio de 2010

Ecos de la negligencia

Ecos de la negligencia
Por Alberto Dorati


Las aguas mansas del Río Uruguay siguen su recorrido y acarician por igual sus riberas. El protagonista de tanto conflicto, pareciera ignorar toda esta parafernalia de movilizaciones, juicios, críticas, peleas y enfrentamientos. Para él no existen las fronteras, ni los intereses de soberanía, ni los efectos socio económicos negativos. El río de los pájaros sólo siente que algo está cambiando en su seno y que su agua dulce y fresca se descompone. Él, como integrante de un gran cuerpo natural, sabe que los únicos culpables de estos males son esos seres que andan en dos patas aplastándolo todo como si no formaran parte de ese universo natural, sirviéndose a su antojo sin medir consecuencias. Esos seres, siempre han creído que la naturaleza está a su disposición, para satisfacer sus necesidades y más.

Siempre me imagino las cosas horrendas que la naturaleza nos espetaría en la cara si cada uno de sus integrantes pudiera expresarse. De todos modos, podemos comprobar el modo silencioso pero contundente que la naturaleza tiene para mostrarnos su enojo, cuando los ríos derraman sus aguas, los vientos desatan su furia y la tierra tiembla. Es entonces cuando los seres humanos nos asomamos a nuestra insignificancia y comprobamos que no somos capaces de dominar ni nuestros propios instintos.
Eduardo Galeano dice que “caminar es un peligro y respirar es una hazaña en las grandes ciudades del mundo del revés. Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen”.
Afortunadamente, hay pequeñas señales que nos alientan a pensar que algo está cambiando en nuestra mentalidad y que finalmente vamos entendiendo que este barco en el que viajamos todos debe ser cuidado.
Las valiosas movilizaciones que se han producido en defensa del ambiente, en Esquel, Gualeguaychú, Andalgalá y muchos otros, hacen resurgir la esperanza de un futuro ampliamente comprometido con este valor esencial para la vida.
Lamentablemente, no todos caminamos en el mismo sentido y no todos estamos dispuestos a despojarnos de los intereses individuales que nos carcomen por dentro.
Los reclamos de la población de Gualeguaychú comenzaron en Octubre de 2003, cuando en las costas uruguayas aún no había ni siquiera un poste plantado en aquellos predios donde se decía que se iban a instalar fábricas de pasta de celulosa.
En aquél tiempo, la demanda de este pueblo fue minimizada. Desde el poder, argentino y uruguayo, simplemente se lo vio como una tonta idea de algunos fanáticos ambientalistas que andaban molestando con sus ideas exageradas.
Sin embargo, era ese el momento en el que hubiera sido necesario actuar con racionalidad y cordura. De ese modo, nos hubiéramos evitado todo este desgaste confrontativo que hoy nos ensucia, nos distorsiona.
Una vez más, la negligencia fue el centro de la escena. Quienes tienen las herramientas para encauzar y solucionar las demandas del pueblo fallaron una vez más, haciendo caso omiso a la voz del soberano.
En el medio quedamos los condenados, Gualeguaychuenses y Fraybentinos. Como ciegos al borde de un precipicio anduvimos tanteando los modos de superar la situación, pero lo único que logramos fue más enfrentamiento.
Gualeguaychú reaccionó organizándose con la figura de Vecinos Autoconvocados primero, y en Asamblea Ciudadana después. Por su lado, los fraybentinos endurecieron la postura y afloraron entre ellos viejos resentimientos por errores históricos del pasado que nos dividieron en lugar de hermanarnos bajo una misma bandera.
Aún resuenan en mis oídos aquellas expresiones de pobladores fraybentinos en la plaza principal: “Que acá no vengan los argentinos a meterse en nuestra vida”, “Prefiero morir de cáncer antes que morirme de hambre”, “En Fray Bentos queremos trabajo, no hambre”.
Otra vez la necesidad y la desesperación por tener un trabajo dejaban la bandeja servida para que los chupasangre asentaran sus colmillos. La legítima demanda de una vida digna fue muy bien aprovechada por los finlandeses y las promesas de trabajo y bienestar bajaron como cataratas en el comercio, en las escuelas, en los medios de comunicación, ante los ojos deslumbrados de un pueblo que vislumbraba que al fin se terminarían sus penurias.
De este otro lado del río, ya tenemos una extensa experiencia en ese sentido y advertimos claramente cuál era el verdadero final de esta historia. Final que hoy se patentiza crudamente cuando Fray Bentos sigue con el más alto índice de desocupación, cuando la mano de obra local empleada en Botnia es mínima, el sistema de salud es deficiente y ante eso nadie ofrece una respuesta. El cambio no llegó y ya nada será igual. Ahora, los custodia un gigante que por las noches brilla más que la misma ciudad y larga bocanadas de vapor y humo por su negra chimenea.
La Asamblea Ambiental comenzó a desandar sus primeros pasos, en una experiencia inédita para los Gualeguaychuenses. Costó mucho entender la horizontalidad y, como siempre ocurre, aparecieron las contradicciones, los intereses, los fundamentalismos y toda clase de miserias humanas. También aparecieron los espíritus generosos, los que ponen el corazón y el alma, comprometidos por convicción, resignando muchas cosas personales en pos de la causa.
Se tomaron decisiones, se dijeron cosas importantes y también algunas barbaridades, pero no se puede soslayar que la movilización popular ha marcado un antes y un después en la agenda de los políticos y de los gobiernos de ambas orillas.
Hubo aciertos y errores, honestos y oportunistas, mansos y violentos. En definitiva, ocurrió lo previsible, teniendo en cuenta que el desafío que se presentaba era de una magnitud impensable y se lo tomaba con un formato de organización que antes nunca se había ensayado.
Están quienes despotrican contra Botnia en las marchas, luego se bajan de sus autos lujosos y se dedican a envenenar la tierra con generosas porciones de glifosato. Otros que se manifiestan contra la multinacional finlandesa, pero cuando vuelven de Arroyo Verde hacen una parada en Carrefour. Y están aquellos verdaderamente comprometidos con la necesidad de cuidar este paraíso que nos rodea, preocupados por la herencia que dejarán para sus hijos y nietos, valorando y respetando la tierra y el agua como los bienes esenciales para la vida.
Más allá de todas estas consideraciones, todo este desgaste al que hemos sido sometidos pudiera haber sido evitado si ambos gobiernos hubiesen trabajado a conciencia desde el principio, sin declaraciones rimbombantes, sin discursos confrontativos, a través de un diálogo humilde y generoso que dos pueblos hermanos se merecen.
Ya lo había dicho el Gral. José Gervasio Artigas. “La causa de los pueblos no admite la menor demora”. Sin embargo, los gobiernos de ambas orillas fueron muy remolones. En el Uruguay han pensado que la causa del pueblo era tener una gran fábrica a orillas del pueblo, aún cuando el ex presidente Tabaré Vázquez hizo una encendida defensa del medio ambiente en un discurso de campaña en Mina Corrales. En Argentina ni siquiera pensaron que la defensa del ambiente haya sido una causa del pueblo.
Fueron innumerables las mentiras que bajaron desde el poder. Ellos mismos ingresaron al brete de “la causa nacional”. Usaron una causa noble para arrimar agua a su molino. Sin embargo, cuando el panorama fue adverso para sus intereses, borraron con el codo lo que habían escrito con la mano y la ofensiva estuvo cargada de furia. Llegó la amenaza del juicio por los delitos más graves y horrendos, tirando “la causa nacional” a lo más profundo del retrete.
Ineficiencia y oportunismo. Un combo tan maloliente como el ácido sulfídrico de la chimenea de Botnia.
Ahora se abrió una nueva posibilidad. Con la conducta sabia que sólo los pueblos pueden tener, triunfó la cordura y la racionalidad. Es el momento ideal para que ambos gobiernos demuestren que aún les resta algo de dignidad.
Argentinos y Uruguayos compartimos un origen y un destino, cobijados por los ideales federalistas de Artigas. Sería esta una gran oportunidad para retomar los hilos de la historia y empezar a tejer la patria grande que soñaron nuestros próceres. Es claro que para esto hay que estar a la altura de las circunstancias y entre nuestros representantes, por ahora, veo un poco lejana esa posibilidad.
Deseo equivocarme. Nunca tuve tantas ganas de errar en un comentario y tener que retractarme pidiendo disculpas mil veces. Lo haría con todo orgullo si en el futuro cercano comprobara que la negligencia quedó sepultada en el recuerdo.
Creo firmemente en la voluntad de los pueblos para encontrar los caminos necesarios. Al decir de nuestro gran Ernesto Sábato: “La historia no es mecánica, porque los hombres son libres para transformarla”, confío en que podamos ser lo suficientemente inteligentes como para no seguir cayendo en los abismos insondables de la estupidez y echemos mano a la inteligencia como única forma de sobreponernos al poder del dinero y la maldición de la negligencia.
Regresar.
albertodorati@yahoo.com

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